“Monjes, éste es mi último consejo para ustedes: todo lo que está compuesto es impermanente, no perdura. Practiquen con diligencia”.

Estas son las últimas palabras del Buda, su última enseñanza. Fue lo que consideró más importante de transmitir a sus discípulos en sus últimos momentos compartidos con ellos. Habló de la Impermanencia, la verdadera naturaleza de todas las cosas. La impermanencia en el tiempo, el interser en el espacio. 

Puede que escuchar la enseñanza de la impermanencia y empezar a contemplarla nos resulte muy difícil primero. Nos acostumbramos a esquivarla, nos asusta. Podemos, incluso, temer  al pensar o hablar de la muerte en llegar a atraerla. 

Pero la impermanencia nos permea sutilmente a cada instante y, de un instante a otro, nos arrasa de forma burda, dejándonos totalmente noqueados ante la nueva realidad que se nos presenta. 

Es por eso que mi recomendación es que cuánto más miedo y rechazo te genere un tema, más urgente e importante es trabajar en él, sobre todo al ser algo de lo que no podés escapar en tu vida. Como dice Pema Chödrön: “El miedo es la reacción natural al acercarse a la verdad”.

Pero penetrar en la impermanencia es importante, no sólo por la muerte, sino también por la vida. La consciencia de la impermanencia te ayuda a apreciar tus posibilidades, todo lo que hoy tenés disponible y, sobre todo, el préstamo temporal y fugaz de la preciosa vida humana.

Podemos contemplar la impermanencia en todo lo que nos rodea. Es importante que trabajes primero en la contemplación de la impermanencia sutil. En todos los pequeños y no tan pequeños cambios que vemos en el día a día, podemos ver algo muy clave para amigarnos con la impermanencia: todo final es un inicio. Podés poner esto a prueba identificando cualquier evento que consideres como final de alguna etapa de tu vida. Tomá un momento para contemplar ese final para luego identificar el inicio que se presentó posteriormente. Nada puede pasar de ser a no ser. Nada puede pasar de no ser a ser. No es magia, es transformación. 

También podemos contemplar aspectos más burdos de la impermanencia, por ejemplo, tomando consciencia de la naturaleza del lugar en donde estás leyendo. Este lugar, en algún momento, se destruirá. Es una construcción, es compuesta y tarde o temprano se separará en sus partes y dejará de existir tal y como la conocés ahora. 

La comprensión de la impermanencia no sólo nos sirve para transitar con sabiduría las pérdidas, sino para apreciar lo que hoy sí tenemos presente, sin tener la expectativa de que va a ser para siempre. Una expectativa equivocada que es fuente de gran sufrimiento. Por eso podemos practicar contemplando la impermanencia en todos los diferentes fenómenos que nos rodean.

Todo lo compuesto se descompone
Todo lo que sube, baja.
Todo lo que se reúne termina en separación.
Todas las vidas terminan en la muerte.
Toda muerte no es una muerte, sino una transformación. 

Categorías: Notas

Mariela Herrero

Licenciada en Psicología (UNED, Barcelona). Instructora de meditación. Facilitadora de Barras de Access.

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