Compartimos un fragmento del libro En el corazón de la vida, de Jetsunma Tenzin Palmo.
La vida moderna es estresante. Las preocupaciones consumen a la mayoría de personas. Nos sentimos ansiosos con respecto al futuro, pero el futuro aún no ha llegado. De todos modos, el noventa por ciento de aquello por lo que nos preocupamos no sucederá.
Eso no significa que no podamos planear, pero una vez que hemos planeado algo lo más hábil es soltarlo y abrirnos para aceptar cualquier cosa que suceda. Tenemos esta idea de que si las cosas suceden como queremos y son placenteras y agradables, entonces es algo bueno para nosotros y demuestra nuestro éxito. Si las cosas nos salen mal y son dolorosas o difíciles, lo imaginamos como un signo de nuestro fracaso.
La cuestión no es la pérdida, el dolor y las críticas. La cuestión es nuestra aversión a eso. Pensamos que no debemos experimentar pérdidas, pensamos que no deberíamos experimentar dolor, pensamos que no deberíamos recibir críticas. Pero la pérdida, el dolor y la crítica son simplemente parte de la vida. Todos experimentamos algo de placer y algo de dolor. Siempre hay alguien que habla bien y alguien que habla mal de nosotros. Ese no es el problema. El problema es que nos afecta y nos resistimos a cualquier cosa que el ego considere desagradable. Y nos aferramos y apegamos con mucha fuerza a cualquier cosa que le proporcione placer a esta noción del yo. Pero si tan sólo nos abrieramos para aceptar cualquier cosa de la manera en que está sucediendo en el momento, nuestras ansiedades se desvanecerían.
Un sacerdote católico al que conozco dijo que todos somos como pedazos de madera sin tallar. Es muy agradable si siempre nos acariciamos con sedas y terciopelos, pero eso no nos vuelve más suaves. Para volvernos más suaves necesitamos una lija. Las supuestas dificultades y problemas que encontramos en nuestra vida diaria son la lija que nos pule. Así es como aprendemos. Así es como realmente crecemos.
Podemos estar presentes. La capacidad de estar presentes, de tomar distancia de nuestros pensamientos y verlos simplemente como pensamientos, y a nuestros sentimientos simplemente como sentimientos, nos permite convertirnos en los amos de nuestra mente, en lugar de sus esclavos.
Tenemos una mente, una mente que llevamos a todos lados. Podemos ir a los lugares más recónditos del planeta, podemos ir incluso a la Luna o a Marte, pero nunca podemos escapar de nuestra mente. Incluso mientras dormimos nuestra mente está con nosotros, activa en nuestros sueños. Nuestra mente nos habla constantemente. Es nuestro amigo o enemigo más íntimo. Es nuestro compañero más constante. Aun así, generalmente está completamente fuera de nuestro control. Y eso es algo trágico.
Realmente necesitamos prestar mucha atención a cómo podemos cultivar una mente más pacífica, centrada y ecuánime. Ecuánime significa que, sin importar lo que suceda, podemos afrontarlo. No tenemos que manipular todo a nuestra entera satisfacción.
Hace algunos años, en una conferencia interreligiosa conocí a un cantante sufí de Turquía. Cantó una canción sufí muy hermosa sobre la cosas que pueden salir mal en la vida, y el estribillo decía: “Y qué?”
Viajamos juntos de vuelta hasta el aeropuerto de Nueva York, pues ambos nos dirigíamos a otros destinos. Él iba de regreso a Turquía. Cuando llegamos al aeropuerto descubrimos que no había llegado ninguna de las piezas de su equipaje. Pero él solo sonrió, se encogió de hombros y dijo: “Y qué?”
¡Y todos nos reímos! La situación entera era simplemente un hecho.
Dijo: “Ah, qué maravilla. Ya no tengo que cargar todo ese equipaje. Soy libre. Me puedo ir”.
Lo admiré enormemente porque en verdad estaba poniendo en práctica sus palabras. Así pues, cuando las cosas salen mal, también nosotros podemos decirnos: ¿Y qué?
La gente cree que el Buda era pesimista porque el primer tema que abordó fue lo insatisfactorio de nuestra existencia común de todos los días. Pero no lo dejó ahí. No dijo meramente: “Pues bien, la vida es sufrimiento; mala suerte”. Habló de por qué es sufrimiento. Nuestra vida diaria está compuesta de sufrimiento porque nos aferramos. Nos aferramos con tanta fuerza y, a pesar de eso, todo es impermanente. En última instancia, aquello a lo que nos aferramos con tanta fuerza cambiará. El problema no son las cosas; el problema es nuestra mente que se aferra.
Necesitamos dejar espacio para el significado en nuestra vida. Causamos problemas interminables con nuestra mente descontrolada. Se requiere urgentemente de sabiduría y compasión y, sin embargo, éstas residen en nuestra propia mente. No se pueden comprar.
Tenemos que cultivar cualidades que no se pueden desarrollar a menos que enfrentemos dificultades. Lejos de ser contratiempos para nuestro camino espiritual, las dificultades son el camino espiritual. Debemos desarrollar una actitud abierta que tome todo lo que encuentra y lo use. Si las cosas salen mal, si las personas son difíciles, cultivamos la paciencia y la compasión.
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