Compartimos un fragmento del libro El arte de vivir, por Thich Nhat Hanh.
Todos conocemos la sensación de inquietud. Es lo opuesto a la sensación de calma y relajación interior, es una especie de excitación mental. No podemos estar quietos. Lo hacemos todo de prisa, corriendo de aquí para allá. Estemos donde estemos, siempre pensamos que deberíamos estar en otro lugar. Seguimos inquietos incluso mientras dormimos, no encontramos una postura cómoda. Hay algo que ansiamos, que anhelamos, pero no sabemos qué es. Abrimos el frigorífico, comprobamos el teléfono, tomamos una revista, escuchamos las noticias: hacemos cualquier cosa que pueda hacernos olvidar la sensación íntima de soledad y sufrimiento.
Quizá nos refugiemos en el trabajo, no porque necesitemos el dinero o porque nos guste hacerlo, sino porque el trabajo nos distrae de esa dolorosa sensación que hay en lo más hondo. El trabajo nos proporciona una sensación de logro y, antes de que nos demos cuenta de ello, nos hacemos adictos al trabajo. O quizás empleemos películas, series de televisión, Internet o juegos de ordenador, o pasemos horas y horas escuchando música. Creemos que todo eso nos hace sentirnos mejor, pero en cuanto lo dejamos nos sentimos igual de mal, si no peor que antes. Recurrir al teléfono o al ordenador y sumergirnos en un mundo diferente se convierte en un hábito. Lo hacemos para sobrevivir, pero queremos hacer algo más que limitarnos a sobrevivir: queremos vivir.
Es útil observar con honestidad nuestras energías de hábito. Cuando enciendes la televisión, ¿estás seguro de que vale la pena ver ese programa? Cuando vas a por comida, ¿es porque tienes hambre? ¿De qué huyes? ¿De qué tienes hambre en realidad?
La energía de la plena conciencia, nuestro cuerpo de práctica espiritual, nos ayuda a identificar cuál es la sensación que aparece y que nos hace escapar. Sólidamente enraizados en la respiración consciente, vemos que no necesitamos escapar. No necesitamos primir las sensaciones dolorosas. Vemos con claridad lo que ocurre en nuestro interior y tenemos una oportunidad de parar, abraz esas sensaciones y empezar a cuidarnos de verdad.
Todos necesitamos reconectar con nosotros mismos, con los seres amados y con la Tierra
Reconectamos con la tierra y con nuestro cuerpo cósmico, que está siempre presente en nosotros, sustentandose. Todos necesi tamos sanar profundamente nuestras raíces. Cada vez que regresa- mos al cuerpo gracias a la respiración consciente ponemos fina nuestros sentimientos de aislamiento y alienación, y nos damos una oportunidad de sanar completamente.
Es posible aprender a sentarse en paz, respirar en paz y caminar en paz. Estar en paz es un arte que cultivamos con nuestra práctica consciente de cada día.
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