Compartimos un texto extraído del libro Saborear, por Thich Nhat Hanh.


El primer nutriente (alimentos y bebidas) es esencial para nuestro bienestar. Lo que comemos y bebemos, y el modo en que comemos y bebemos, influyen profundamente en nuestro bienestar físico y mental. Ésta es la razón por la que resulta esencial conocer qué alimentos y bebidas promueven la salud y cuáles resultan dañinos. La investigación sobre nutrición en los últimos cincuenta años ha demostrado que mantener un patrón de alimentación saludable puede reducir el riesgo de graves enfermedades crónicas, incluyendo la diabetes, la enfermedad coronaria, la obesidad y el cáncer. 

A medida que la sociedad moderna ha ido aprendiendo cada vez más acerca de lo que constituye una dieta sana, nuestro actual sistema industrial alimentario se ha ido haciendo cada vez más complejo. Ya no cultivamos nuestra propia comida, y rara vez la compramos en granjas locales que ofrecen fundamentalmente productos integrales con un mínimo procesamiento y pocos pesticidas. Hoy en día, la mayor parte de nosotros adquiere los alimentos en supermercados que disponen de decenas de miles de productos para nuestra elección. Muchos de estos productos han sido sometidos a un dilatado procesamiento y están cargados de azúcar, sal o carbohidratos refinados que ponen en peligro nuestra salud.

La variedad nos deja helados. Si recorremos los pasillos de los supermercados, descubriremos una gran variedad de alimentos para picar: galletas, barritas de cereales, patatas fritas y bebidas con largas listas de ingredientes irreconocibles. Aunque algunos de ellos llevan etiquetas nutricionales que afirman que el producto tiene un alto o un bajo contenido en determinados nutrientes y que es saludable, estas afirmaciones pueden resultar engañosas. Por ejemplo, una barrita de cereales puede estar enriquecida con vitaminas y minerales, pero probablemente contiene tal exceso de azúcar y carbohidratos refinados que difícilmente podríamos considerarla una opción sana. En este mundo de abundante variedad concebida para apelar a nuestro paladar y a nuestros deseos y de productos fáciles de preparar, si no estamos atentos al repasar las estanterías de los supermercados podemos acabar comprando y consumiendo alimentos y bebidas que dañan insidiosamente nuestra salud sin que seamos conscientes de ello.

El mindfulness también nos ayuda a ver más allá de los envoltorios para comprender cómo crecemos y dónde obtenemos nuestros alimentos, para comer de una forma que preserve nuestro bienestar colectivo y el bienestar de nuestro planeta. Si no cuidamos de nuestro planeta, no dispondremos de luz, aire, temperatura, lluvia, agua pura y un suelo fértil adecuados para hacer crecer nuestros alimentos. En lugar de ello tendremos alimentos contaminados y malsanos que dañarán nuestro organismo, nuestra mente y nuestro mundo. Hemos de saber lo que estamos comiendo, de dónde procede nuestra comida y en qué sentido nos influye.

Buda nos aconsejó específicamente una alimentación consciente para mantener la compasión en nuestros corazones y asegurar un buen futuro para las próximas generaciones. Enseñó que si entendemos los alimentos y bebidas que tomamos desde un punto de vista egoísta y miope, nos haremos daño, no sólo a nosotros mismos, sino también a nuestros hijos y a nuestro planeta. Una de las enseñanzas de Buda que aborda este asunto directamente es el Sutra de la Carne del Hijo. Esta parábola tal vez suene inconcebible, cruel y del todo inaceptable, pero contiene una poderosa lección acerca de los alimentos que consumimos y el futuro de nuestro planeta.

El Sutra de la Carne del Hijo

Una joven pareja y su hijo de tres años tenían que cruzar un vasto desierto y llegar a otro país, donde querían pedir asilo. No conocían el terreno ni sabían cuán largo sería el viaje, y la comida se les acabó en mitad del desierto. Se dieron cuenta de que sin alimentos los tres morirían allí, sin esperanza de alcanzar el país que se encontraba al otro lado del desierto. Tras una reflexión angustiosa, el padre y la madre decidieron matar a su hijo para comerlo. Cada día comieron un pequeño bocado de su carne para tener energía y avanzar, y transportaron el resto de la carne del hijo a hombros para que se secara al sol. Cada vez que tomaban un bocado de la carne del hijo, la pareja se miraba y se preguntaba: «¿Dónde está nuestro querido hijo ahora?».

Tras contar esta trágica historia, Buda miró a los monjes y preguntó: «¿Creéis que esta pareja era feliz al comer la carne de su hijo?». «No, honorable, la pareja sufría al comer la carne de su hijo», respondieron los monjes. Buda enseñó la siguiente lección: <<Queridos amigos, hemos de practicar la alimentación de manera que mantengamos la compasión en nuestros corazones. Hemos de comer conscientemente. De otro modo tal vez acabemos comiendo la carne de nuestros hijos».

La historia puede resultar extrema, pero necesitamos despertar para no consumir, aunque sea figuradamente, la carne de nuestros hijos y experimentar el dolor de la pareja. De hecho, buena parte del sufrimiento del mundo deriva de no comer conscientemente, de no observar profundamente qué y cómo comemos. La alimentación mecánica conduce al aumento de peso y a las enfermedades causadas por una nutrición pobre, y también tiene un grave efecto en la salud del planeta. Hemos de aprender formas de alimentarnos que preserven la salud y el bienestar de nuestro cuerpo, nuestro espíritu y nuestro planeta.

Si observamos profundamente nuestra forma de alimentación desde una perspectiva global, veremos que la producción de carne es el enorme sumidero del planeta. El informe de Naciones Unidas Livestock’s Long Shadow, una evaluación exhaustiva del impacto nocivo de la ganadería en nuestro medio ambiente, concluye que ese efecto es masivo y que hemos de abordarlo con urgencia. El informe estima que la cría de ganado consume el 8% del agua de nuestro planeta y contribuye poderosamente a su escasez y contaminación. Algunos científicos estiman que se necesita cien veces más agua para producir un kilogramo de carne que para producir un kilo de proteína procedente de grano. Una de las razones por las que es necesaria tanta agua para criar el ganado es que a los animales se los engorda con enormes cantidades de grano que necesita agua para crecer. En Estados Unidos, el ganado consume siete veces más grano que toda la población del país. Un informe de la Agencia de Protección del Medio Ambiente relativo a la producción de cereales en el año 2000 afirma que, según la Asociación Nacional de Cultivadores de Cereales, el 80% de la producción en Estados Unidos la consume el ganado, las aves de corral y la producción pesquera en la industria doméstica y en el extranjero. Sin embargo, irónicamente, cada día mueren más de 9.000 niños por causas relacionadas con el hambre y la desnutrición. Es doloroso comprobar que el grano y los recursos que utilizamos para criar ganado podrían utilizarse directamente para alimentar a los niños desnutridos y hambrientos del mundo.

Además, un informe de 2008 de la Fundación Benéfica Pew y la Escuela de Salud Pública Johns Hopkins Bloomberg descubrió que la cría intensiva en Estados Unidos supone un gran perjuicio para la salud humana y el medio ambiente, y que mantener al ganado en esas concentradas operaciones de alimentación animal constituye un tratamiento inhumano.” Los residuos animales contaminan el agua y el aire de las granjas, provocando enfermedades a los granjeros y sus vecinos, así como la degradación de la tierra. El uso generalizado de antibióticos en la cría intensiva fomenta la aparición de nuevos tipos de virus y bacterias resistentes a esos medicamentos, creando supermicrobios que suponen una amenaza pública para todos nosotros. En el informe, los expertos recomiendan la eliminación progresiva y la prohibición de los antibióticos en las granjas animales salvo para el tratamiento de enfermedades, instituir una regulación más severa de los residuos de la cría intensiva y eliminar los sistemas de confinamiento masivo.

El devastador impacto medioambiental y social de la cría de ganado va más allá del uso del agua y la tierra para cultivar alimentos. El deseo que nuestra sociedad manifiesta hacia la carne contribuye en gran medida a la producción de gases de efecto invernadero que alteran el clima. La industria ganadera es responsable del 18% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, una cuota más alta que todo el sector del transporte.” El 70% de los bosques del Amazonas se han talado para proporcionar tierras de pasto al ganado, y cuando esos bosques se destruyen, enormes cantidades de dióxido de carbono almacenados en los árboles van a parar a la atmósfera. Las industrias cárnica, láctea y avícola también son responsables de las dos terceras partes de las emisiones humanas de amoníaco, que desempeña un papel importante en la lluvia ácida y en la acidificación de nuestro ecosistema.”

Los datos sugieren que una de las mejores formas de aliviar la presión en nuestro medio ambiente consiste en consumir menos carne y más alimentos de origen vegetal, lo que redundaría en una reducción de la emisión de gases de efecto invernadero. No necesitamos ganado para que procese el alimento por nosotros. Es mucho mejor, y más eficaz, tomar más vegetales y procesarlos nosotros mismos. Tal vez a muchas personas les parezca un cambio abrumador, pero reducir la cantidad de carne y lácteos en nuestra dieta resulta muy útil para mantener un peso correcto, mejorar la salud general y contribuir con ello a la salud de nuestro planeta. Cuando aprendamos a consumir más verduras, cereales y legumbres de acuerdo con la atención plena, disfrutaremos de su sabor y seremos felices al saber que estamos fomentando un nuevo tipo de sociedad en la que habrá suficientes alimentos para todos y nadie tendrá que pasar hambre. Debemos adoptar acciones urgentes a nivel individual y colectivo. Para los individuos, adoptar el vegetarianismo redunda en un peso excelente y beneficios para la salud. Los veganos y vegetarianos tienden a pesar menos que quienes consumen productos animales; también presentan un riesgo menor de padecer enfermedades coronarias, diabetes y algunos tipos de cáncer. 

Muchas tradiciones budistas alientan el vegetarianismo. Aunque esta práctica está fundamentalmente basada en el deseo de fomentar la compasión hacia los animales, también ofrece beneficios para la salud. Ahora también sabemos que al comer alimentos de origen vegetal, protegemos la tierra y ayudamos a reducir el efecto invernadero que está causando un daño serio e irreversible. Aun cuando no podamos ser vegetarianos al cien por cien, serlo a tiempo parcial y consumir más verduras ya aporta beneficios a la salud personal y a la del planeta que compartimos. Podríamos empezar comiendo alimentos de origen vegetal unos pocos días al mes, o practicar el vegetarianismo sólo en el desayuno y el almuerzo. Así, seremos vegetarianos en una proporción superior al 50%. Si no se siente capaz de eliminar los productos animales de su dieta ni siquiera en una comida, reducir simplemente la ración de carne y suprimir las carnes procesadas como el beicon, las salchichas y el jamón reducirá el riesgo de padecer cáncer de colon y el riesgo de muerte prematura por enfermedad coronaria, cáncer u otras causas. Éste es un buen primer paso para adoptar una dieta basada en productos de origen vegetal, más saludable y ecológicamente amistosa.

Utilizar el mindfulness para observar profundamente lo que co- memos puede facilitar estos cambios, porque comprendemos los be- neficios que puede aportar al planeta y a uno mismo: un peso menor, un riesgo menor de cáncer de colon y dolencias coronarias y más energia para las actividades que nos gustan. Somos «seres interco- nectados: nuestro medio ambiente y nosotros somos interdepen- dientes. E incluso pequeños cambios por nuestra parte pueden ejer- cer un gran impacto si se combinan con otros. Nuestra economía de mercado está impulsada principalmente por la demanda del consumidor. En tanto población, si un gran número de personas realiza pequeños movimientos para comer menos carne y más alimentos de origen vegetal, la industria ganadera se vería limitada. Con el tiempo, los campesinos encontrarían otras cosechas para ganarse el sustento. Podemos cambiar nuestro mundo gracias a este despertar colectivo.

Categorías: Libros

Mariela Herrero

Licenciada en Psicología (UNED, Barcelona). Instructora de meditación. Facilitadora de Barras de Access.

1 Comentario

Esteban · 6 diciembre, 2023 en 5:52 pm

En qué SOMOS LO QUE COMEMOS

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