Compartimos un relato del libro La vaca que lloraba, por Ajahn Brahm.


Hace muchos años, en una escuela de Inglaterra, se llevó a cabo en secreto un experimento educativo.

La escuela tenía dos clases para alumnos de la misma edad. Al acabar el año escolar se realizó un examen, a fin de seleccionar a los chicos para las clases del año siguiente. Sin embargo, nunca se revelaron los resultados del examen. En secreto, pues solo conocían la verdad el director y los psicólogos, el chico que quedó primero en el examen fue colocado en la misma clase que los que habían quedado cuarto y quinto, octavo y noveno, duodécimo y décimo tercero, y así sucesivamente. Mientras que los chicos que quedaron segundo y tercero en el examen fueron colocados en la otra clase, con los que habían quedado sexto y séptimo, décimo y undécimo, y así sucesivamente. En otras palabras, basándose en su rendimiento en el examen, los chicos fueron repartidos de forma equitativa entre las dos clases. Se seleccionaron cuidadosamente los profesores según unos criterios de equivalencia en su aptitud. Incluso se escogieron aulas con instalaciones similares. En suma, se hizo todo lo posible porque las dos clases fueran similares en todo, salvo en una cosa: una fue llamada «clase A» y la otra «clase B». 

De hecho, los integrantes de ambas clases tenían unas capacidades similares. Pero en la cabeza de todo el mundo, los alumnos de la clase A eran los más listos, y los chavales de la clase B no lo eran tanto. Algunos padres de los chicos de la clase A se quedaron agradablemente sorprendidos porque sus hijos lo hubieran hecho tan bien y los recompensaron con favores y alabanzas, mientras que los padres de algunos chicos de la clase B regañaron a sus hijos por no haberse esforzado lo suficiente y les quitaron algunos de sus privilegios. Incluso los profesores enseñaban a los chicos de la clase B de una manera diferente, al no esperar tanto de ellos. Durante todo un año se mantuvo la ilusión. Luego hubo otro examen final. 

Los resultados fueron escalofriantes, pero no sorprendentes. Los chicos de la clase A lo hicieron mucho mejor que los de la clase B. De hecho, los resultados fueron como si en el examen del año anterior se hubiera seleccionado para la clase A a los que habían quedado de la mitad para arriba. Se habían convertido realmente en chicos de clase A. Mientras que los del otro grupo, aunque iguales a sus compañeros el año anterior, se habían convertido realmente en chicos de clase B. Eso era lo que se les había dicho durante todo un año, así fue como habían sido tratados, y eso fue lo que ellos creyeron; de manera que en eso fue en lo que se convirtieron.


Mariela Herrero

Licenciada en Psicología (UNED, Barcelona). Instructora de meditación. Facilitadora de Barras de Access.

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