Compartimos un relato del libro La vaca que lloraba, por Ajahn Brahm.


Si imaginamos la amabilidad como una hermosa paloma, entonces la sabiduría son sus alas. La compasión sin sabiduría no va a ninguna parte. 

Una vez, un boy-scout ejecutaba su buena acción diaria ayudando a cruzar a una anciana una carretera con mucho tráfico. El problema era que ella realmente no quería cruzar, pero le parecía mal decírselo. 

Desgraciadamente, esa historia refleja mucho de lo que se hace en nombre de la compasión en nuestro mundo. Demasiado a menudo suponemos que sabemos lo que la otra persona necesita. 

Un joven, sordo de nacimiento, visitaba a un médico acompañado de sus padres para una revisión regular. El médico habló entusiasmado a los padres de un nuevo procedimiento quirúrgico, sobre el que acababa de leer en una revista médica. El diez por ciento de las personas sordas de nacimiento podían recuperar la audición plena mediante una operación sencilla y nada costosa. Preguntó a los padres si querían probarlo. Ellos dijeron rápidamente que sí.

Aquel joven fue uno de los que formaban ese diez por ciento que recuperaron plenamente el oído. Y estaba muy furioso y disgustado con sus padres y el médico. No había oído lo que ellos habían estado hablando en su chequeo habitual. Nadie le preguntó si quería oír. Ahora, se quejaba de que tenía que soportar el tormento constante del ruido, que no tenía ningún sentido para él. En realidad, él nunca había tenido interés de oír. 

Los padres y el médico, y yo mismo, antes de leer esta historia, dábamos por supuesto que todo el mundo quería oír. No teníamos la menor duda de ello. La compasión que se basa en estas suposiciones es estúpida y peligrosa. Provoca mucho sufrimiento en el mundo.


Mariela Herrero

Licenciada en Psicología (UNED, Barcelona). Instructora de meditación. Facilitadora de Barras de Access.

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