Compartimos un fragmento del libro En defensa de la felicidad, por Matthieu Ricard.


Pida a varias personas que le cuenten episodios de felicidad «perfecta». Unos hablan de momentos de profunda paz sentida en un entorno natural armonioso, en un bosque donde se filtran rayos de sol, en la cima de una montaña frente a un vasto horizonte, a orillas de un lago tranquilo, durante una marcha nocturna por la nieve bajo un cielo estrellado, etc. Otros mencionan un acontecimiento largamente esperado: aprobar un examen, vencer en una prueba deportiva, estar con una persona a la que se deseaba ardientemente conocer, tener un hijo. Otros, por último, destacan un momento de plácida intimidad vivido en familia o en compañía de un ser querido, o el hecho de haber contribuido de manera decisiva a la felicidad de alguien.

Parece ser que el factor común a estas experiencias, fértiles pero fugaces, es la desaparición momentánea de conflictos interiores. La persona se siente en armonía con el mundo que la rodea y consigo misma. Para quien vive una experiencia de este tipo, como pasear por un paraje nevado, los puntos de referencia habituales se desvanecen: aparte del simple acto de caminar, no espera nada especial. Simplemente «está», aquí y ahora, libre y abierto.

Por espacio de unos instantes, los pensamientos del pasado dejan de surgir, los proyectos del futuro dejan de agolparse en la mente y el momento presente queda liberado de toda construcción mental. Ese momento de tregua, durante el cual todo estado de emergencia emocional desaparece, se percibe como una profunda paz. Cuando se alcanza un objetivo, se acaba una obra o se obtiene una victoria, la tensión presente durante un periodo más o menos largo cesa. La relajación que sigue es sentida como una profunda calma, totalmente libre de esperas y de conflictos.

Pero se trata de una mejoría efímera producida por circunstancias concretas. La llamamos momento mágico, estado de gracia, y sin embargo, la diferencia entre esos instantes de felicidad atrapados al vuelo y la serenidad inmutable-la del sabio, por ejemplo es tan grande como la que separa el cielo visto a través del ojo de una aguja de la extensión ilimitada del espacio. Esos dos estados no poseen ni la misma dimensión, ni la misma duración, ni la misma profundidad.

No obstante, es posible sacar provecho de esos instantes fugaces, de esas treguas en nuestras incesantes luchas, en la medida en que nos dan una idea de lo que puede ser la verdadera plenitud y nos incitan a reconocer las condiciones que la favorecen.

Sobre el autor: Investigador de genética celular y discípulo de Francois Jacob, abrazó el budismo y es actualmente uno de sus especialistas mundiales. Vive desde hace más de treinta años en el Himalaya junto a grandes maestros espirituales. Intérprete francés del Dalai Lama, fotógrafo, traductor y editor de textos sagrados, reside en el monasterio de Shechen, en Nepal, consagrado a la vida monástica, a la preservación de la cultura tibetana y a participar en proyectos humanitarios en el Tibet. 


Mariela Herrero

Licenciada en Psicología (UNED, Barcelona). Instructora de meditación. Facilitadora de Barras de Access.

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