Jan Willis es profesora de religión en la Wesleyan University y autora de Dreaming Me: From Baptist to Buddhist, One Woman’s Spiritual Journey. En el siguiente texto, extraído de Política con conciencia, la autora destaca cómo las pequeñas acciones pueden restaurar nuestra esperanza y movilizarnos a luchar por un mundo mejor.
Todos nosotros somos seres interconectados, compartimos este planeta diminuto en medio de un universo inmenso, privados del más pequeño instante de independencia. Aún así, llevamos nuestras vidas como si cada uno tuviésemos un control máximo y total sobre nuestro universo individual y aislado. Imaginamos enemigos y competidores y luchamos por lo nuestro. Aunque, en ocasiones, nos imaginemos un mundo en paz, casi resulta natural ver la violencia como algo inevitable y la paz como algo imposible. Pero no es así.
Todos sabemos en lo más profundo de nuestros corazones que la violencia no lleva a la paz, que el odio genera más odio, y que solo con amor y compasión se puede apaciguar realmente el odio. Parece que sabemos de forma innata, en nuestro corazón, qué es lo correcto, lo apropiado y lo justo. Como seres humanos, reconocemos que todos queremos ser felices y evitar el sufrimiento. Si pudiésemos, cambiaríamos el mundo para que todos los seres gozaran de respeto, paz y confort. Sin embargo, a menudo no sabemos cómo o por dónde empezar.
Pienso que debemos empezar por acciones muy pequeñas. Quizás no podamos, nosotros solos, cambiar el mundo entero de golpe, pero sí que podemos empezar a cambiar una diminuta parte de él en nuestro entorno cotidiano.
Contamos con muchas pautas sabias. El reverendo Martin Luther King, por ejemplo, ese bodhisattva afroamericano de nuestro tiempo, nos recordó que no podemos ser realmente libres hasta que todos los seres humanos sean libres. En una ocasión dijo: “Mientras exista pobreza en el mundo, nunca podré ser totalmente rico (…) Mientras la gente se vea afectada por extenuantes enfermedades, nunca podré estar totalmente sano (…) Nunca podré ser lo que debería ser hasta que vosotros seáis lo que debéis ser”. Pero el doctor King también sabía, y así lo demostró, que cualquier guerra por la libertad tiene que ser una guerra librada con amor.
En 1953, cuando todavía era una adolescente, tuve la suerte de poder participar en la “batalla de Birmingham” por los derechos civiles dirigida por el reverendo King. Fue un momento de esperanza. Sentías que formabas parte de una comunidad mayor de manifestantes no violentos de ideas afines. Me sentía reconfortada por la posibilidad de vencer a la injusticia. Pero más tarde, cuando líderes como Malcom X, Martin Luther King o los hermanos Kennedy fueron abatidos por la violencia, se instaló un periodo de desánimo.
Para muchos de nosotros, este desánimo todavía prevalece en la actualidad. Así pues, antes de proponernos cambiar el mundo, debemos encender de nuevo la llama de la esperanza. Sin embargo, lo que he aprendido sobre la esperanza es que ésta surje de la acción, no de las ideas. Si queremos ver un mundo despierto de paz y justicia para todos, debemos pasar del mero hecho de imaginarlo a las acciones no violentas, por muy pequeñas que sean, que puedan ayudar a conducirnos a él. Esto va para los políticos también.
¿Qué puede aportar el budismo a la política? ¿Cómo podemos los ciudadanos hacer algo que vaya más allá de la mera legislación y la afiliación a un partido? ¿Cómo pueden confluir el crecimiento personal y la defensa efectiva de una causa en tiempos de división y grandes desafíos? En pocas palabras, Política con conciencia ofrece el punto de vista de 34 escritores y pensadores acerca de cómo podemos cada uno de nosotros, ahora mismo, hacer del mundo un lugar mejor.
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