Compartimos un texto de Margaret Wheatley, extraído del libro Política con conciencia.


A los buddhistas les gusta enumerar los conceptos. Todo lleva un número delante, hay colecciones de conceptos desde dos a 84.000. Así que aquí va mi aportación personal. Las he llamado las “cuatro libertades” porque al practicarlas me siento libre de adentrarme en lugares difíciles, incluso me siento libre de mantener mi cordura. Pero, en verdad, pienso en ellas con el agradecimiento de pensar «gracias a dios que me sé éstas». Estos cuatro principios que he aprendido con mi práctica buddhista consisten en no esperar nada, no buscar una seguridad, no apegarse a nada y no tener miedo.

1. No esperar nada

Estaba escuchando al más elocuente de los oradores que jamás había oído hablar, un hombre que había trabajado en las Naciones Unidas durante años, primero en temas de la infancia y entonces en asuntos relacionados con el VIH/SIDA. Con imágenes que nos destrozaban el corazón, nos describía el destino de los niños en este mundo. Nos habló de las legiones de niños soldado, los niños esclavizados por la industria, los millones de huérfanos a causa del SIDA, de niños de nueve años de edad que luchaban como cabezas de familia para mantener unidos a sus hermanos. Por doquier, niños aprendiendo únicamente a callar, a pedir o a ser brutales.

Esto es con lo que se enfrentaba cada día. Al final, sentenció pausadamente: «Éste es un mundo que no se preocupa por sus niños».

Alguien entre los oyentes le preguntó cómo lo podía soportar, puesto que cada día debía mirar a la cara de aquel horror y él respondió: «cada vez me resulta más difícil mantener mi enfado bajo control. Me está devorando por dentro, no sé cuánto tiempo más podré seguir haciendo este trabajo».

Practico para evitar caer con él en el enfado, el miedo, el dolor y la enfermedad. Mi nueva fe me libera de la terrible pregunta: ¿Por qué un Dios que nos ama iba a permitir que sucediera esto?». Sin buscar más una explicación, puedo seguir en este mundo cada vez más inhumano.

Después de todo, ¿qué otra especie es tan estúpida como para dejar de preocuparse por sus niños?

“Ir más allá de la esperanza y el miedo” es una enseñanza frecuente en el buddhismo. Dante advertía a los cristianos condenados al infierno: «Abandonad toda esperanza, vosotros que entráis aquí». Pero todos debemos abandonar la esperanza.

La esperanza se convierte en nuestro infierno, es el canto de sirena del logro, la seducción del éxito. Podemos cambiar el mando, podemos marcar la diferencia, si trabajásemos suficientemente duro, si tuviésemos más recursos, si…, si…, si… 

Thomas Merton, un místico cristiano, le aconsejó a un amigo: «No dependas de la esperanza en los resultados […] puede que debas enfrentarte al hecho de que tu trabajo resulte inútil y que incluso no logres ningún resultado en absoluto, cuando no resultados opuestos a lo que esperabas. Cuando te acostumbras a esta idea, empiezas a concentrarte cada vez más no en los resultados, sino en el valor, la justicia, la verdad del trabajo en sí […] de forma gradual te esfuerzas menos por una idea y más y más por personas concretas […] Al final, es la realidad de la relación personal lo que lo salva todo.”

 A menudo leo esta carta de Merton a los grupos con los que trabajo. Nadie quiere escucharlo, no es el consejo profesional habitual. Tu trabajo será inútil, no conseguirás ningún resultado o incluso crearás resultados contrarios a lo que tú quieres. ¡Dios mío!

A la gente le aterroriza no esperar nada. Me preguntan: ¿Qué es lo que me motivará si no hay esperanza? ¿Por qué iba a intentar hacer algo si no va a funcionar?». Desprovistos de toda esperanza, sólo prevén interminables horas de depresión en una vida sin sentido.

Sus preguntas introducen un problema clave junto a la esperanza. Ésta nunca entra en una habitación sin el miedo a su lado. Si esperas lograr algo, también temes fracasar. ¿Y qué si nuestros actos no resultan? ¿Y qué si no podemos salvar el mundo? ¿Y qué si realmente no podemos hacer nada?

Hace unos tres años abandoné la idea de querer salvar el mundo. Me resultó más difícil que dejar una relación amorosa. Sentí que estaba condenando el mundo a su final más amargo. Algunos de mis colegas fueron críticos conmigo, incluso les asustó mi decisión. ¿Cómo podía ser tan irresponsable? Si abandonamos el mundo, ¿qué sucederá? Todavía rehúsan dimitir como salvadores (especialmente los más jóvenes). Les veo forzar sus débiles espíritus y sus cuerpos fatigados a regresar a la acción, una y otra vez, en busca de una intensidad de emociones que les devuelva el vigor.

No abandoné la idea de salvar el mundo para proteger mi salud. Abandoné para descubrir qué es lo que se supone que debo hacer, cómo puedo ayudar del mejor modo. Más allá de la esperanza y el miedo, libre del éxito o el fracaso, estoy aprendiendo en qué consiste la acción correcta. Se trata de la lucidez, de la energía. Todavía me enfado, me enfurezco y me decepciono. Pero ahora sé cómo retirarme, cómo no actuar dejándome arrastrar por estas emociones. No hago nada hasta que me he vuelvo a situar más allá de la esperanza y el miedo. Entonces puedo actuar, correctamente. Espero.

Merton hablaba acertadamente. Los resultados no importan. Las personas, sí. ¿Podemos ser amables, bondadosos, generosos, incluso cuando todo se derrumba?

Más allá de la esperanza y el miedo, esta pregunta la pue- do responder. Mi respuesta es sí.

2. No buscar una seguridad

Las banderas ondean a media asta. De nuevo.
Ésta atraviesa la carretera delante de mí.
Es enorme, del tipo que se hizo popular
cuando el patriotismo tuvo que ser más visible.
Asfixia la carretera, lacia y sin vida.
El viento intenta levantarle el ánimo 
pero ella se niega
cargada con el peso del dolor.
Esta bandera es por el Katrina.
También me acuerdo de otra bandera enorme
que ondeaba desafiante al viento después del 11 de septiembre. 
El mundo que veo pronto se perderá en banderas sin vida.
Esto sólo es el principio.
Anoche tiré un salero que todavía contenía algo de sal 
en su interior.
Quería hacer espacio en los armarios abarrotados
de mi cocina.
Pero al tirarlo a la basura se me ocurrió que, un día, 
habrá tanta hambruna que incluso aquellos pocos granos 
serían un tesoro.
Aun así, lo tiré, pero me prometí no olvidar esta noche.
Bien, y ahora ¿cómo vivo con entusiasmo?
Cada vez que veo arriar una bandera, me digo a mi misma: 
Esto es lo que se siente cuando una cultura muere.
Esto es lo que se siente en la época de la destrucción.
Esto es lo que se siente cuando no se busca una seguridad.
No te apegues a la seguridad.
No te apegues.
Hay que aprender a no buscar una seguridad. 
Me lo enseño a mí misma con estos mantras aterradores.

3. No apegarse a nada

Nada sigue igual.
Nada posee una forma duradera.
Nada es lo que parece.
Nada significa lo que creo que significa.
Nada de lo que atrae mi atención durará.
Si lo permito.
Nada existe por sí mismo.
Nada tiene una identidad independiente.
Nada de lo que soy significa lo que creo que es.
Nada a lo que me apego es real.
No hay nada que proteger, defender, preferir.
¡Uf!

4. No tener miedo

Sin miedo
Embaucador sabio bromista mago
Sin miedo
Expresar
la loca sabiduría
Sin miedo
El rugido del león
el vuelo del dragón
Despegue.
Más allá de la esperanza y el miedo
sin suelo
sin base
volando, rugiendo
Las alas desplegadas
libre
sin esperanza
sin individualidad
sin seguridad
Sin miedo
Desde aquí arriba el mundo se ve precioso
Espacioso, acogedor, abierto
agradecido por las ofrendas que
en el suelo
sólo parecen riesgo, valentía, locura.
Sin miedo
Habla claro
exprésate
haz el amor
no hagas nada
no hay que hacer nada más.
Vuela, querido dragón más allá más allá
Sin miedo
Amor verdadero.

Colofón

El camino del amor nunca es suave.
El amor verdadero nunca acaba.

Pero aquí estoy, de nuevo sin poder volar debido a la terrible gravidez de los acontecimientos. No importa qué día es. Catástrofes naturales, tragedias humanas, codicia, violencia: el sinsentido no cesa. Cada día deshacemos el futuro. Una poetisa chilena creó este nuevo verbo: deshacer-el-futuro. Necesitamos nuevos términos para describir lo que estamos haciendo en realidad. Un nuevo titular aparece en las noticias de la noche: “fracasados”. El presentador se pregunta si estamos tan desbordados con el mundo que ya no podemos aguantar más, si ya no podemos con él.

Delante de tanta agitación y tantas tragedias, ¿cómo podemos evitar buscar una seguridad en algún lugar? ¿Con tanto horror, ¿cómo podemos abandonar la esperanza?

Tengo un colega, famoso en mi entorno, que ha decidido llevar una vida mejor a miles de millones de personas. Planea crear programas de liderazgo para erradicar la pobreza y desarrollar comunidades sanas, letradas y prósperas. Continuamente repite que sólo quedará satisfecho si lo consigue con miles de millones de personas. Sabe tan bien como yo que ya disponemos de las soluciones que necesitamos, por lo que invierte todo su dinero y toda su energía en asegurarse de que aprendamos estas soluciones y las apliquemos por doquier. Cree que salvará el mundo.

Yo me quedo sentada, al descubierto, desnuda, sin esperanza. Cuanto más se extiende su energía y optimismo por la sala, más dudas tengo sobre mí. ¿He hecho bien dejando de soñar, abandonando mis sueños? ¿He hecho bien considerando este mundo como una ilusión? ¿Es cierto que nada de lo que veo significa lo que yo creo? Aporto algo bueno al mundo sin apegarme a nada, sin esperanza, sin buscar una seguridad? ¿O está él en lo cierto? ¿Todavía podemos salvar el mundo? ¡Oh, Dios mío!

Quiero huir para protegerme de estas preguntas que me retienen ligada a este mundo turbulento. En realidad sólo hay una pregunta.

¿Dónde puedo hallar las alas de la ausencia de miedo?
Para ésta conozco la respuesta. 
Retírate. Vuelve a situarte. Más allá de la esperanza 
y el miedo. Amor verdadero.


Mariela Herrero

Licenciada en Psicología (UNED, Barcelona). Instructora de meditación. Facilitadora de Barras de Access.

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