En esta ocasión les comparto un texto del libro “La vaca que lloraba”, de Ajahn Brahm. Me gusto para esta época en que muchas veces aparecen reflexiones y queremos elegir cómo queremos transitar el próximo año. Espero les guste.
Cuando yo tenía catorce años, estaba preparando los exámenes en un instituto de Londres. Mis padres y mis profesores me aconsejaron que dejara de jugar al fútbol por las noches y los fines de semana y me quedara en casa para tener así más tiempo para el estudio. Me explicaron lo importantes que eran esos exámenes y que, si lo hacía bien, entonces sería feliz.
Seguí su consejo y lo hice muy bien. Pero eso no me hizo feliz, porque mi éxito significó que debía estudiar todavía más, durante otros dos años, para los exámenes del siguiente nivel. Mis padres y mis maestros me aconsejaron que dejara de salir por las noches y los fines de semana, que dejara de ir detrás de las chicas, que habían sustituido al fútbol, y que en lugar de ello me quedara en casa a estudiar. Me explicaron lo importantes que eran los exámenes del siguiente nivel y me dijeron que, si lo hacía bien, entonces sería feliz.
Una vez más, seguí su consejo y lo hice muy bien. Pero una vez más, tampoco eso me hizo especialmente feliz, pues ahora tenía que estudiar muchísimo más, durante otros tres largos años, para conseguir un título universitario. Mi madre y mis profesores (mi padre había muerto) me aconsejaron que evitará los bares y las fiestas de la universidad, y que en lugar de ello me esforzara más en mis estudios. Me dijeron lo importante que era un título universitario, y que, si lo hacía bien, entonces sería feliz.
En este punto, empecé a sospechar.
Vi a algunos de mis viejos amigos que se habían esforzado mucho y habían conseguido su título. Ahora, trabajaban incluso más que en su primer empleo. Trabajaban esforzadamente a fin de ahorrar el dinero suficiente para comprar algo importante, por ejemplo, un coche. Me decían:
-Cuando tenga suficiente dinero para comprarme un coche, entonces seré feliz.
Sin embargo, cuando tuvieron dinero suficiente y se compraron su primer coche, seguían sin ser felices. Ahora trabajban duro para comprar alguna otra cosa, y ser, entonces, felices. O andaban pasando confusamente de unos amoríos a otros, buscando a la pareja de su vida. Me decían:
-Cuando me case y organice mi vida, entonces seré feliz, Pero una vez casados, seguían sin ser felices. Tenían que trabajar aún más duro, incluso buscar algún empleo extra, a fin de ahorrar el dinero suficiente para la entrada para un piso o para una casita. Me decían:
-Cuando nos hayamos comprado la casa, entonces seremos felices.
Desgraciadamente, pagar los plazos mensuales del préstamo para la casa les impedía ser muy felices. Además, ahora debían iniciar una familia. Tendrían niños que los despertarían por la noche y se tragarían sus ahorros, y sus preocupaciones aumentarían haciéndose cada vez más grandes. Ahora faltarían otros veinte años antes de que pudieran hacer lo que querían. Así que me decían:
-Cuando los chicos crezcan, se hayan marchado de casa y sienten la cabeza, entonces seremos felices.
Cuando los chicos se marchaban de casa, la mayoría de los padres tenían los ojos puestos en la jubilación. Así que continuaban posponiendo su felicidad, trabajando duro con objeto de ahorrar para la vejez. Me decían:
-Cuando me jubile, entonces seré feliz.
Incluso antes de jubilarse, y sin duda después, empezaron a ser religiosos e ir a menudo a la iglesia. ¿Te has fijado alguna vez en cuántas personas mayores ocupan los bancos de las iglesias? Les pregunté por qué iban ahora a la iglesia. Me dijeron:
-Porque, cuando muera, ¡entonces sí que seré feliz!
Para quienes creen que «cuando consiga esto, entonces seré feliz», su felicidad será tan solo un sueño en el futuro. Estará siempre, como el arco iris, uno o dos pasos por delante, pero siempre más allá de su alcance. Nunca en esta vida, ni después, hará realidad la felicidad.
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