Compartimos un fragmento del libro El arte de cuidar a tu niño interior, por Thich Nhat Hanh.


En la superficie del océano hay quietud. Pero por debajo hay corrientes ocultas. Si con la práctica del mindfulness no hemos logrado expulsar el bloqueo de sufrimiento que nos han transmitido nuestros antepasados, nuestros padres, sólo podremos disfrutar de esa fina capa de tranquilidad durante un período de tiempo. De vez en cuando, el bloqueo de sufrimiento que subyace en las profundidades saldrá a la superficie. Por eso, no basta con aferrarse a ese tipo de alegría y felicidad. Empezamos a tener problemas e ignoramos cuál es nuestro problema real, nuestro sufrimiento real. Nuestro sufrimiento puede ser el sufrimiento de nuestro padre, que nos ha transmitido como parte de su herencia. El sufrimiento que nuestra madre no pudo transformar nos lo ha transmitido a nosotros. Con una práctica superficial sólo podremos conseguir una calma, alegría y felicidad superficiales. Ese tipo de práctica no es lo suficientemente fuerte ni eficaz para transformar el gran sufrimiento que está en la base de nuestra conciencia. 

Puesto que desconocemos cuál es la naturaleza de nuestro sufrimiento, nuestra conciencia no es capaz de enfocar e identificar el sufrimiento oculto en las profundidades del inconsciente. Por eso echamos la culpa del sufrimiento a esto o aquello. Creemos que hay personas o asuntos que son la causa de nuestra infelicidad. Si vivimos en una familia o comunidad, puede que pensemos: “Mi familia no muestra suficiente respeto por el medio ambiente”, o “esta comunidad sigue discriminando a gays y lesbianas”, etcétera. Hay muchas cuestiones así, muchos temas sociales. Y puesto que ignoramos cuál es nuestro sufrimiento real, tenemos tendencia a echar la culpa a cosas como esas, que consideramos la causa de nuestra infelicidad. Esa es la razón de que tengamos que volver a nosotros mismos para tratar de reconocer el sufrimiento y abrazarlo. En el proceso puede que tengamos que sufrir un poco.

En Asia hay un fruto llamado “melón amargo”. La palabra Vietnamita para “amargo” es kho. Kho significa también “sufrimiento”. Lo que es amargo produce sufrimiento; eso sí que es llamar a las cosas por su nombre. Si no estamos acostumbrados a comer melón amargo, puede que lo pasemos mal o no nos guste cuando lo probemos. La medicina china cree que el amargor es bueno para la salud. Aunque sea amargo, al comerlo, nos parece refrescante y fresco. Hay quienes prefieren llamarlo “melón refrescante”. Pero aunque sea refrescante, sigue siendo amargo. Los que comemos melón amargo lo disfrutamos. Nos parece que su sabor amargo es bueno; es amargo pero delicioso, y nos hace bien.


Mariela Herrero

Licenciada en Psicología (UNED, Barcelona). Instructora de meditación. Facilitadora de Barras de Access.

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