Compartimos un relato del libro La vaca que lloraba, por Ajahn Brahm.


Hace varios siglos, estaban siete monjes en una cueva en la jungla, en algún lugar de Asia, meditando sobre el tipo de amor incondicional del que hablaba en la historia anterior. Estaban allí el superior de los monjes, su hermano y su mejor amigo. El cuarto monje era enemigo del superior: no podían llevarse bien entre ellos. El quinto era un monje muy anciano, de edad tan avanzada que pensaba que se moriría en cualquier momento. El sexto estaba tan enfermo que también pensaba que podía morir en cualquier momento. Y el último monje, el séptimo, era el monje inútil. Siempre roncaba cuando se suponía que debía estar meditando; era incapaz de recordar su salmodia y, si lo hacía, salmodiaba desafinado. Ni siquiera era capaz de llevar la ropa correctamente. Pero los otros lo toleraban y le daban las gracias por darles la oportunidad de ejercitar la paciencia con él.

Un día, una pandilla de bandidos descubrió la cueva. Estaba tan retirada y escondida que querían utilizarla como base para sus correrías, así que decidieron matar a todos los monjes. Afortunadamente, el monje superior era un orador muy convincente. Se las arregló -no me preguntéis cómo-para convencer a los bandidos de que dejaran marchar a todos los monjes, salvo a uno, al que matarían como advertencia para los otros de que no debían dar a conocer a nadie la situación de la cueva. Eso fue todo lo que el monje principal pudo conseguir.

Dejaron solo al monje durante unos minutos para que tomara la tremenda decisión de quién debía ser sacrificado para que los demás pudieran marchar en libertad.

Cuando cuento esta historia en público, hago aquí una pausa para preguntar a mi auditorio:

 -Bien, ¿a quién pensáis que escogió el monje?

Eso impide que una parte de mi audiencia se duerma y sirve para despertar a los que ya están dormidos. Les recuerdo que estaban el superior, su hermano, su mejor amigo, su enemigo, el monje anciano y el monje enfermo (ambos próximos a la muerte), y el monje inútil. ¿A quién pensáis que escogió?

-Al enemigo-sugieren algunos

-No-respondo.

-¿A su hermano? -Equivocado.

El monje inútil recibe siempre también una mención-¡qué poco caritativos somos!-. Una vez que he hecho mi broma revelo la respuesta: el monje principal fue incapaz de escoger. 

Su amor por su hermano era exactamente el mismo, ni más ni menos, que su amor por su mejor amigo, que era exactamente igual a su amor por su enemigo, por el monje anciano, por el monje enfermo, e incluso por el querido monje inútil. Había asimilado a la perfección el significado de esas palabras: la puerta de mi corazón siempre estará abierta para ti, hagas lo que hagas, seas quien seas.

Las puertas del corazón del monje estaban abiertas a todos de par en par, con un amor incondicional, no discriminador, libre de toda circunstancia. Y, lo que es más profundo, su amor por los otros era igual a su amor por sí mismo. La puerta de su corazón estaba abierta también para él. Esa es la razón de que no pudiera escoger entre sí mismo y los demás.

Recuerdo a las personas del público que son judías o cristianas que sus libros dicen: «Ama a tus enemigos como at mismo», No más que a ti mismo, y no menos que a ti mismo, sino igual que a ti mismo. Eso significa considerar a los otros como uno se considera a sí mismo, y a uno mismo como considera a los otros. 

¿Por qué la mayor parte de mi audiencia pensaba que el monje superior se elegiría a sí mismo para morir? ¿Por qué, en nuestra cultura, siempre tiene que sacrificarse uno mismo por los demás y se considera que eso es ser bueno? ¿Por qué somos más exigentes, críticos y severos con nosotros que con los demás? Por una sola razón: aún no hemos aprendido a amarnos a nosotros mismos. Si te parece difícil decirle a otro: “La puerta de mi corazón está abierta para ti, hagas lo que hagas”, entonces esa dificultad es insignificante comparada con la dificultad que encontrarás para decirte a ti mismo: “Yo, la persona de la que más cerca he estado durante tanto tiempo como puedo recordar. Yo mismo. La puerta de mi corazón está abierta también para mí. No importa lo que haya hecho. Entra”.

A eso es a lo que me refiero al hablar del amor a nosotros mismos; y eso se llama perdón. Es salir de la prisión de la culpa; es estar en paz con uno mismo. Y si encuentras el valor para decirte esas palabras a ti mismo, honradamente, en la intimidad de tu mundo interior, entonces no bajarás, sino que te elevarás, para reunirte con el amor sublime. Un día, todos nosotros tenemos que decirnos a nosotros mismos esas palabras, u otras similares, con honradez, sin juzgar. Cuando lo hacemos, es como si una parte de nosotros mismos que había sido rechazada y había vivido a la intemperie durante mucho tiempo, hubiera vuelto al hogar. Nos sentimos unificados, completos y libres para ser felices. Solo cuando nos amemos a nosotros de ese modo sabremos lo que significa realmente amar al otro, ni más ni menos.

Y, por favor, recuerda que no tienes que ser perfecto, impecable, para darte a ti mismo ese amor. Si esperas a la perfección…. ese momento nunca llega. Debemos abrirnos la puerta del corazón a nosotros mismos, sea lo que fuere lo que hayamos hecho. Una vez dentro, entonces somos perfectos.

La gente me pregunta a menudo qué fue lo que les sucedió a esos siete monjes cuando el superior dijo a los bandidos que era incapaz de escoger.

La historia, tal como la escuché hace muchos años, no lo decía: se detenía donde la he terminado. Pero sé lo que sucedió después; me figuro lo que debió de ocurrir. Cuando el superior explicó a los bandidos por qué no podía elegir entre él mismo y otro, y expuso el significado del amor y el perdón como acabo de hacerlo ante vosotros, todos aquellos bandidos se sintieron tan impresionados y conmovidos que no solo dejaron a los monjes con vida, ¡sino que ellos mismos se hicieron monjes!


Mariela Herrero

Licenciada en Psicología (UNED, Barcelona). Instructora de meditación. Facilitadora de Barras de Access.

1 Comentario

Guille · 25 julio, 2023 en 10:38 am

Muy lindo relato que lleva a la reflexión y me hace dar cuenta de la infinidad de veces que no me he amado en la proporción que lo hice/hago con los seres queridos.Muchas gracias!!!

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