Vivir experiencias grupales me enseñó mucho sobre cómo buscamos pertenecer. Lo vi en grupos de estudio, de trabajo, de formación… incluso en espacios de crecimiento personal, donde en teoría todos “estamos despiertos”.

Y, sin embargo, ahí también aparece esa necesidad tan humana de encajar.

El deseo de pertenecer es universal. Nos da contención, identidad, seguridad. Pero cuando lo miro con atención —y con práctica—, noto que muchas veces el impulso de pertenecer viene de un ancla muy mundana: el miedo a quedar afuera. A no ser parte. A que no nos quieran.

Por qué queremos pertenecer

La psicología moderna lo confirma: el sentido de pertenencia está directamente vinculado con el bienestar emocional. Un estudio publicado en Frontiers in Psychology (2023) analizó a más de 1.500 adultos y concluyó que quienes sentían una fuerte conexión con sus grupos sociales presentaban niveles significativamente más altos de satisfacción vital y menor ansiedad.

No es menor: sentirnos parte nos hace bien. Pero el desafío empieza cuando ese “ser parte” nos cuesta autenticidad.

Desde la práctica de la atención plena, uno puede observar cómo la mente se acomoda para ser aceptada: bajamos el volumen de lo que pensamos distinto, suavizamos lo que puede incomodar, exageramos lo que creemos que el grupo valora. Todo eso sucede muy sutilmente, casi sin darnos cuenta.

En qué nos anclamos cuando pertenecemos

Pertenecer puede darnos estabilidad, pero si no lo observamos, también puede volverse una forma de sujeción. Nos anclamos en lo que el grupo considera “correcto”. En las frases compartidas, los hábitos, los rituales. Y a veces, en ese intento de encajar, dejamos afuera partes nuestras más sinceras o vulnerables.

Es como si nos pusiéramos una armadura: la de “quien encaja”, “quien entiende”, “quien está a la altura”. Esa armadura nos protege del rechazo, pero también nos separa de nuestra autenticidad. Ahí el problema no es pertenecer, sino perderse uno mismo en el intento.

A quién o qué dejamos afuera

Cuando seguimos ciegamente las normas del grupo, siempre hay algo o alguien que queda afuera. A veces es una persona diferente, otras veces es una parte nuestra que no entra en ese molde. La pertenencia inconsciente puede derivar en exclusión sutil: “nosotros” y “ellos”.

Y cuando las personas experimentan el rechazo o la exclusión social, muchas veces su necesidad de pertenencia se intensifica. Es decir, el miedo a no encajar nos hace aferrarnos más al grupo que nos excluye. Una especie de círculo vicioso emocional que solo se rompe con conciencia.

¿Somos auténticos? ¿Somos bondadosos?

Cuando pertenecemos sin conciencia, dejamos de ver al otro como otro. Lo filtramos según qué tan “del grupo” es. Y ahí se diluye algo esencial: la bondad genuina. Ser bondadoso no es “ser amable con los nuestros”, sino abrir el corazón a lo diferente.

La práctica contemplativa enseña que todo intento de pertenencia basado en el miedo crea sufrimiento, porque nace del apego a la identidad. En cambio, cuando uno pertenece desde la presencia —no desde la necesidad—, el grupo se vuelve un espacio de expansión y no de constricción.

Pequeñas prácticas para observarte dentro del grupo

1. Antes de cada encuentro grupal, tomate un minuto para respirar y notar: “¿Estoy viniendo a compartir o a buscar aprobación?” Esa simple pregunta cambia el tono de tu presencia.

2. Durante una conversación, si notás que estás adaptando tus palabras para caer bien, hacé una pausa. Sentí el cuerpo. ¿Dónde se tensa? ¿Qué teme perder?

3. Después del encuentro, podés escribir brevemente: “¿Qué parte mía quedó afuera hoy?” Mirar eso sin juicio es una forma de volver a vos.

4. Incluí al que queda afuera. En todo grupo hay alguien más callado, más distante, más “raro”. Acercarte a esa persona es practicar pertenencia consciente: ampliar el círculo en lugar de cerrarlo.

5. Recordá que sos muchos. Estudios sobre identidad muestran que quienes reconocen múltiples pertenencias (laboral, familiar, espiritual, social) tienen mayor bienestar subjetivo. No sos solo “del grupo”. Sos un ser cambiante, en movimiento.

Pertenecer sin dejar de ser

Pertenecer puede ser hermoso: nos da red, afecto y sentido. Pero si no miramos de qué manera lo hacemos, podemos perder la libertad de ser.

El desafío no está en dejar de pertenecer, sino en no entregar la autenticidad a cambio de ese lugar. Que pertenecer sea un acto de elección, no de miedo. Que el grupo te refleje, pero no te defina. Y que al abrir espacio para vos, también lo abras para otros.

Categorías: Notas

Mariela Herrero

Licenciada en Psicología (UNED, Barcelona). Instructora de mindfulness. Coach ontológico en formación.

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