Transitar el camino del veganismo fue una de las decisiones más felices de mi vida, y me cambió profundamente. En primer lugar, porque me llevó a replantearme y a cambiar muchos hábitos de consumo ⏤desde coḿo comer hasta cómo vestirme. En segundo lugar, porque me ayudó a repensar el valor de la vida y las distintas maneras en que uno puede honrarla.

Es inmenso el daño que como especie le causamos a los otros animales. Muchos han querido hablar de un verdadero holocausto animal, buscando el impacto de una comparación con los más altos niveles de atrocidad que hemos sido capaz de perpetrar. Pero incluso así es difícil hacer la conexión; vivimos en una cultura que permanentemente cosifica a los animales, poniendo una enorme distancia entre su sufrimiento y nuestra conciencia. 

Afortunadamente, en estos últimos años ha habido mucho revuelo alrededor del veganismo. Para bien y para mal ⏤y no pocas veces para poner en ridículo nuestro movimiento⏤ los grandes medios y las redes sociales contribuyeron a poner el tema sobre la mesa, amenazando con romper esa distancia. Así, muchas personas hoy saben que comer animales tiene un impacto ambiental altísimo, uno que como sociedad no podemos permitirnos si hemos de seguir en este planeta en 30 o 40 años. Y también saben que el consumo intensivo de carne representa un riesgo para su salud.

La organización Sentient Media calcula que casi 3 billones de animales (incluyendo peces, vacas, gallinas y cerdos, entre otros) son matados cada día en todo el mundo para nuestro consumo. El número es tan grande que es prácticamente imposible de asimilar. Sin embargo, basta con acercarse a un sólo animal para descubrir que tiene intereses, comportamientos y un sinnúmero de cosas en común con nosotros los humanos. Entre ellas, la capacidad de sentir dolor, estresarse y sufrir. Y, por sobre todas las cosas, el deseo de vivir.

El sufrimiento en el mundo es enorme. Sufren los humanos, sufren los otros animales. Están las grandes tragedias, la guerra y el hambre, los cataclismos, la desigualdad. Y están las pequeñas luchas cotidianas, donde cada uno lidia como mejor puede con sus circunstancias. Pero ocuparse del dolor ajeno no implica dejar a un lado el propio; procurar la vida de otras especies no implica desestimar la vida del ser humano. Por el contrario, cuando alguien amplía su preocupación hacia el bienestar de los otros, genera un movimiento del que nos beneficiamos todos.


Esteban Knöbl

Redactor, meditador y papá de Thay.