La risa no solo es contagiosa; también es profundamente sanadora. Desde la perspectiva del mindfulness y la gestión emocional, el cuerpo no es solo una consecuencia de lo que pensamos o sentimos: también es una puerta de entrada para transformarlo. El llamado “triángulo de la consciencia” —pensamientos, cuerpo y emociones— nos recuerda que cualquier vértice que toquemos impacta en los otros dos. Por eso, una práctica corporal tan simple como sonreír puede convertirse en un recurso poderoso de regulación emocional y bienestar integral.
Hoy sabemos que la postura, el eje, la expresión facial, la forma de respirar influyen directamente en nuestro estado interno. No se trata de forzar estados positivos, sino de generar las condiciones para que se den naturalmente. Algo tan simple como una sonrisa —aunque al principio sea empujada por los dedos— puede activar circuitos de placer y relajación, ayudándonos a afrontar el día con más liviandad.
Te invito a leer este relato inspirador, extraído de La vaca que lloraba de Ajahn Brahm. Y a sumar, cada mañana, la práctica de la “sonrisa de dos dedos”. Una forma sencilla y efectiva de recordar que, a veces, la puerta a un día mejor está justo ahí, a una sonrisa de distancia.
El elogio nos ahorra dinero, enriquece nuestras relaciones y genera felicidad. Deberíamos extenderlo más a nuestro alrededor.
La persona a la que resulta más difícil elogiar es a uno mismo. Fui educado para creer que alabarse a sí mismo le hace a uno engreído. Eso no es así. Más bien, le vuelve generoso. Alabarnos a nosotros mismos por nuestras buenas cualidades equivale a fomentarlas de forma positiva.
Cuando era estudiante, mi primer maestro de meditación me dio algunos consejos prácticos. Empezó preguntándome qué era lo primero que hacía después de levantarme por la mañana.
—Voy al cuarto de baño —le dije.
—¿Hay un espejo en tu cuarto de baño? —preguntó.
—Naturalmente —respondí.
—Bien —dijo—. Entonces, cada mañana, incluso antes de lavarte los dientes, quiero que te mires en el espejo y te sonrías.
—¡Señor! —empecé a protestar—. Soy estudiante. A veces me acuesto muy tarde, y por la mañana, cuando me levanto, no siempre me siento muy bien. Algunas mañanas, me asusta mirarme al espejo, ¡y no digamos ya sonreír!
Se rió entre dientes, me miró a los ojos y me dijo:
—Si no puedes conseguir una sonrisa natural, entonces coge los dos dedos índices, pon uno en cada comisura de tu boca, y tira para arriba. Así —me dijo, mostrándome al tiempo cómo hacerlo.
Parecía ridículo. Solté una risa tonta. Me ordenó que lo intentara. Lo hice.
A la mañana siguiente, me levanté como pude de la cama y me tambaleé hasta el cuarto de baño. Me miré en el espejo. ¡Uggg! No era una visión muy agradable. No había manera de lograr una sonrisa natural, así que levanté los dedos índices, los coloqué en las comisuras de la boca y empujé hacia arriba.
Entonces vi a ese joven estúpido poniendo cara de memo ante el espejo, y no pude evitar sonreír. Una vez que hubo una sonrisa natural, vi que el estudiante del espejo me sonreía. Así que yo sonreí aún más. El hombre del espejo sonrió todavía más. En pocos segundos, terminamos riéndonos el uno del otro.
Continué con esa práctica todas las mañanas durante un par de años. Cada mañana, no importa cómo me sintiera cuando salía de la cama, pronto estaba riéndome de mí mismo en el espejo, habitualmente con ayuda de mis dos dedos. La gente dice que sonrío mucho ahora. Tal vez los músculos que rodean mi boca se han quedado colgados en ese gesto.
Puedo intentar el truco de los dos dedos en cualquier momento del día. Es especialmente útil cuando nos sentimos enfermos, hartos o completamente deprimidos. Se ha demostrado que la risa libera endorfinas en nuestro flujo sanguíneo, lo que fortalece nuestro sistema inmunológico y hace que nos sintamos felices.
Nos ayuda a ver los 998 ladrillos bien colocados de nuestra pared, no solo los dos ladrillos mal puestos. Y la risa nos hace parecer guapos. Esta es la razón de que, a veces, llame a nuestro templo budista de Perth Salón de Belleza de Ajahn Brahm.
0 Comentarios