En nuestra vida cotidiana solemos comer con el piloto automático puesto: la comida pasa de la boca al estómago sin que apenas nos detengamos a disfrutarla. Entre charlas, pensamientos y apuros, pocas veces saboreamos de verdad lo que tenemos delante. Y si lo pensamos bien, la forma en que comemos muchas veces refleja la forma en que vivimos: adelantándonos al próximo bocado, distraídos, sin habitar el instante.
¿Qué pasaría si la alimentación se convirtiera en un entrenamiento cotidiano para estar presentes? Este texto de Ajahn Brahm es una invitación a redescubrir la comida como una práctica de mindfulness y a preguntarnos: ¿estamos alimentando solo el cuerpo, o también nuestra manera de estar siendo en el día a día? Extraído de La vaca que lloraba.
Algunas personas disfrutan salir a cenar. A veces eligen restaurantes muy caros, dispuestos a gastar mucho dinero en una comida exquisita. Sin embargo, muchas veces desperdician la experiencia: en lugar de saborear lo que comen, ponen toda su atención en la conversación.
¿Quién se pondría a charlar en medio de un concierto de una gran orquesta? Las palabras taparían la belleza de la música, y seguramente hasta nos pedirían que nos retiremos. Lo mismo ocurre en el cine: odiamos que nos distraigan cuando la película nos atrapa. Entonces, ¿por qué aceptamos que la charla se adueñe de la mesa cuando cenamos fuera?
Si la comida es mediocre, puede ser comprensible que busquemos refugio en una buena conversación para olvidar lo insípido del plato. Pero cuando la comida es realmente deliciosa, comer en silencio para disfrutar plenamente de cada bocado es un verdadero acto de sabiduría.
El silencio, sin embargo, no siempre garantiza que saboreemos el momento. Muchas veces, mientras masticamos un trozo, la mente ya está ocupada en el siguiente. Hay quienes van incluso dos o tres bocados adelantados: uno en la boca, otro listo en el tenedor y otro esperando en el plato.
Para disfrutar de la comida —y también de la vida— necesitamos aprender a detenernos. A saborear despacio, en silencio, permitiendo que cada instante se despliegue. Solo así podremos apreciar de verdad el valor del restaurante de cinco tenedores llamado vida.
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