Compartimos un fragmento del libro Cuando todo se derrumba, por Pema Chödrön.


Puede que sintamos la necesidad de erradicar de alguna manera los sentimientos de placer y dolor, de pérdida y ganancia, de alabanza y culpabilidad, de fama y ofensa. Pero otro planteamiento más práctico es el de llegar a conocer estos sentimientos, ver cómo nos enganchan, ver cómo colorean nuestra percepción de la realidad, ver que no son tan sólidos.  Entonces, los ocho dharmas mundanos se  convierten en un medio para hacernos más sabios, más buenos y más alegres. 

UNA DE LAS ENSEÑANZAS clásicas del budismo sobre el miedo y la esperanza trata de lo que se conoce como los ocho dharmas mundanos. Son cuatro pares de opuestos: cuatro cosas que nos gustan y a las que nos apegamos y cuatro cosas que no nos gustan y tratamos de evitar. El mensaje básico es que cuando nos vemos pillados en los ocho dharmas mundanos, sufrimos. 

En primer lugar, nos gusta el placer y nos aferramos a él. Por el contrario, nos disgusta el dolor. En segundo lugar, nos gustan las alabanzas y nos apegamos a ellas; tratamos de evitar las críticas y la culpa. Tercero, nos gusta y estamos apegados a la fama; nos disgusta el oprobio y tratamos de evitarlo. Finalmente, estamos apegados a la ganancia, a conseguir lo que deseamos, y no nos gusta perder lo que tenemos. 

Según esta sencilla enseñanza, sumergirnos en los cuatro pares de opuestos —placer y dolor, pérdida y ganancia, fama y oprobio, alabanza y culpa— es lo que nos mantiene atascados en el dolor del samsara. 

Cuando nos sentimos bien, nuestros pensamientos suelen versar sobre cosas que nos gustan: alabanzas, ganancia, placer y fama. Cuando nos sentimos incómodos, irritables y hartos, es probable que nuestros pensamientos y emociones den vueltas alrededor de cosas como el dolor, la pérdida, el oprobio o la culpa. 

Tomemos, por ejemplo, la alabanza y la culpa. Alguien se acerca a ti y te dice: «Eres un viejo.» Si se da la circunstancia de que deseas ser viejo, te sentirás estupendamente. Sientes que acabas de ser alabado, lo cual te da una tremenda sensación de placer, de ganancia y de fama. Pero supon que has estado obsesionado durante años con quitarte las arrugas y la papada. Cuando alguien te dice que «eres viejo» te sientes insultado y consecuentemente tienes una sensación de dolor. 

Aunque no hablásemos más de esta enseñanza concreta, ya podríamos ver que muchos de los vaivenes de nuestro humor están relacionados con nuestra forma de interpretar lo que sucede. Si miramos de cerca nuestros cambios de humor nos daremos cuenta de que siempre hay algo que los pone en marcha. Llevamos con nosotros una realidad subjetiva que activa constantemente nuestras reacciones emocionales. Alguien nos dice: «Eres viejo», y entramos en un estado mental concreto, nos sentimos felices o tristes, alegres o enfadados. Para otra persona la misma experiencia podría ser absolutamente neutral.

Hablamos, recibimos cartas, hacemos llamadas telefónicas,comemos, encontramos o dejamos de encontrar lo que buscamos. Nos despertamos por la mañana, abrimos los ojos y van pasando cosas durante todo el día hasta que nos vamos a dormir. Durante el sueño también ocurren muchas cosas. A lo largo de toda la noche nos encontramos con la gente y los sucesos de nuestros sueños. ¿Cómo reaccionamos a lo que pasa? ¿Estamos apegados a algunas experiencias? ¿Rechazamos y evitamos otras? ¿Hasta qué punto estamos en manos de estos ocho dharmas mundanos? 

Lo irónico del caso es que somos nosotros los que despertamos los ocho dharmas mundanos, y lo hacemos en reacción a lo que nos ocurre en el mundo. Los dharmas no son nada concreto en sí mismos. Y lo que es todavía más extraño es que nosotros mismos tampoco somos muy sólidos. Nos formamos un concepto de nosotros mismos que vamos reconstruyendo momento a momento, y tenemos el reflejo de intentar protegerlo. Pero la idea misma de protegerlo es cuestionable porque el concepto que tenemos de nosotros mismos hace «mucho ruido y da pocas nueces»; es como tratar de manejar una ilusión que desaparece. 

Puede que sintamos la necesidad de erradicar los sentimientos de placer y dolor, de pérdida y ganancia, de alabanza y culpabilidad, de fama y ofensa. Sin embargo, otro planteamiento mucho más práctico es el de llegar a conocerlos y ver cómo nos enganchan, ver cómo colorean nuestra percepción de la realidad, ver que no son tan sólidos. Entonces, los ocho dharmas mundanos se convierten en el medio para hacernos más sabios, mejores y más alegres. 

Para empezar, en la meditación notamos que las emociones y los estados de ánimo estén conectados con haber perdido o ganado algo, con haber sido alabados o culpados, y así sucesivamente. Podemos percibir que lo que comienza como un simple pensamiento, una simple cualidad energética, florece rápidamente en un placer o dolor plenamente desplegados. Evidentemente, debemos tener cierta valentía, porque lo que nos gusta es que todo lo que surja esté en el lado del placer / alabanza / fama / ganancia. Nos gusta asegurarnos de que todo sale a nuestro favor. Pero cuando miramos de verdad, vemos que no tenemos ningún control en absoluto sobre lo que ocurre. Sólo tenemos todo tipo de cambios de humor y de reacciones emocionales que vienen y van incesantemente. 

Algunas veces nos vamos a encontrar completamente atrapados en el dharma. Nos sentimos tan enfadados como si alguien hubiera entrado en nuestra habitación y nos hubiera dado una torta en la cara. A continuación puede que se nos ocurra pensar: «Espera un momento, ¿qué está pasando aquí?». Entonces lo miramos de cerca y vemos que hemos sentido que perdíamos algo o que hemos sido insultados. No sabemos de dónde procede tal pensamiento, pero nos vemos, una vez más, atrapados en los ocho dharmas mundanos. 

En el momento mismo que sentimos esa energía, podemos hacer lo posible por disolver el pensamiento y darnos un respiro. Más allá de todo ese follón está el ancho cielo. Allí mismo, en medio de la tempestad, podemos soltar y relajarnos. 

O también podemos estar totalmente atrapados en una fantasía deliciosa y placentera. Cuando la miramos, vemos que, de repente, sentimos que hemos ganado algo, que hemos adquirido algo, hemos sido alabados por algo. Lo que surge está fuera de nuestro control, es totalmente impredecible, como las imágenes de un sueño. Pero surge y volvemos a estar enganchados en los ocho dharmas mundanos. 

La raza humana es muy predecible. Surge un pequeño pensamiento, se desarrolla y antes de que sepamos qué es lo que nos ha impactado, nos vemos atrapados en la esperanza y el miedo.


Mariela Herrero

Licenciada en Psicología (UNED, Barcelona). Instructora de meditación. Facilitadora de Barras de Access.

0 Comentarios

Deja un comentario

Avatar placeholder

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *